Educación sexual en un mundo relativista


Enero 21, 2025

Por Melania Suárez*

“Seamos libres, lo demás no importa nada”. Esta frase tan famosa atribuida al Gral. Don José de San Martín, referida a la independencia y soberanía de Argentina, muy frecuentemente es utilizada fuera de contexto y pierde así su original sentido. Y es que nos encontramos en un contexto cultural en el cual en nombre de la libertad se justifican todo tipo de deseos y acciones, como si, mientras hagamos lo que queramos, “lo demás no importara nada”. Más aún, mientras cada uno haga lo que cada uno quiere y lo que cada uno considere que está bien o mal.


Este modo de pensar tan actual no es nuevo. Ya en la Antigua Grecia, Protágoras fundaba sin saberlo el Relativismo con su conocida máxima: “El hombre es la medida de todas las cosas, de las que son en cuanto que son, y de las que no son en cuanto que no son”. Dicho de otra manera, no es la realidad la que nos muestra cómo son las cosas, sino cada uno de nosotros que decide cómo la realidad y las cosas son.



​Si cada uno decide qué es lo bueno y lo malo y cómo la realidad es, lo que en una primera instancia podría llegar a parecer como una gran libertad, nos enfrenta a una consecuencia inevitable: que habrá un conflicto de intereses, ya que lo que para mí es verdadero para otro será falso, y lo que para mí es bueno para otra persona será malo. ¿Quién tiene la verdad, entonces? ¿Qué hacemos?


Para Protágoras no habría problema en esta contradicción, ya que como lo que importa es cada hombre individual, cada uno estaría en su verdad, y eso ya sería suficiente. Nos encontramos entonces no solo con un relativismo individual, sino también con una exaltación del propio sentir: las cosas son como yo siento que son. Si siento que es bueno, está bien; si siento que me hace mal, es así. De esta manera la emotividad y nuestra interpretación de las cosas se encuentran por encima de la realidad.



​Esta exaltación de la emotividad, en la que pareciera haber una dictadura del propio deseo, de la satisfacción del propio placer, en la actualidad se encuentra directamente ligada a una hipersexualización de la cultura: las referencias a la sexualidad como sinónimo únicamente de la satisfacción de los propios deseos y fantasías aparecen por todos lados: redes sociales, publicidades, series, películas, noticias, etc. Es innegable que existen un bombardeo y una sobreestimulación constantes que giran en torno al tema cada vez desde edades más tempranas.


​Hasta aquí podría parecer que el que piensa de esta forma se encuentra liberado, desatado de las obligaciones y las ataduras, que piensa como él quiere. Que no depende de nadie, que no acepta que le digan cómo es la realidad. Y que, además, pareciera ser un ser tolerante ya que aceptaría todas las opiniones e interpretaciones subjetivas como verdaderas y válidas. Pero hay algo curioso en este modo de pensar:


Queriendo ser libre a toda costa, ¿no se termina siendo esclavo de los propios deseos, de los propios sentimientos? ¿No se acorta un poco el horizonte y la mirada de las cosas?


​Nos encontramos, además, ante otra problemática: no existe persona en el mundo que no tenga una serie de ideas acerca de la realidad: eso que se suele llamar su filosofía de vida: su manera de entender al mundo, a Dios, a las personas, a los vínculos, etc. Todos tenemos nuestro modo de pensar. Ahora bien, la gran pregunta es: si esas ideas que tenemos o asumimos nunca las hemos sometido a crítica, nunca las hemos cuestionado, ¿se podría decir que somos verdaderamente libres? 



​Si de esas ideas que sostenemos no estamos convencidos, no estamos seguros, ¿podríamos decir que nuestro modo de pensar es genuino, auténtico? Tenemos que cuestionar si lo que pensamos, lo que creemos, lo sostenemos porque simplemente repetimos lo que otros nos enseñaron, o porque pensamos verdaderamente así.  


​Si tomamos el libreto cultural de manera acrítica, sin darnos cuenta irá calando cada vez más hondo en nuestro modo de pensar y probablemente también en nuestro modo de comportarnos. ​Decía el filósofo Ortega y Gasset que “la única originalidad de un filósofo es pensar con su propia cabeza”. Si tomamos la palabra filósofo en el decir de Juan Pablo II: “Cada hombre es, en cierto modo, filósofo y posee concepciones filosóficas con las cuales orienta su vida”,  vemos entonces que todos tenemos la capacidad y la responsabilidad de pensar con la propia cabeza y de enseñar a pensar a otros con su propia cabeza.


​ Enseñar a nuestros hijos y alumnos a pensar, a cuestionar las ideas y prejuicios que sin darnos cuenta asumimos sin reflexionar; a ser críticos, no en el sentido de un juez que está por dar una sentencia, sino en el sentido de poder pensar con claridad y lucidez, siendo capaces de captar cómo es lo que la realidad nos muestra, es tal vez la mejor herramienta que podemos darles para fomentar no solo su libertad de pensamiento sino también su libertad de acción. Porque mientras mejor veamos y entendamos la realidad, a nosotros y a los demás, más capaces podremos ser de tomar decisiones con más libertad.



*M. Melania Suárez es Profesora y Licenciada en Filosofía por la Universidad Católica Argentina (UCA), lugar en el que también realizó estudios de posgrado sobre Logoterapia y Análisis existencial. Actualmente se desempeña como docente y tutora en nivel secundario, como docente en nivel terciario, es anfitriona del podcast Con corazón inquieto, y trabaja como coordinadora de cursos en Integralis.