¿Pueden convivir la firmeza y la amabilidad?
Disciplina Positiva
Mayo 10, 2024
Por Melania Suárez*
Uno de los grandes desafíos con el que nos encontramos a diario padres y docentes es el de aprender a marcar límites de una manera adecuada. Queremos que quede claro lo que se puede y lo que no se puede hacer; queremos que las normas sean claras y que se respeten, que los chicos las entiendan, asimilen, las sigan y nos respeten a nosotros también.
En este intento y deseo genuinos, muchas veces nos cuesta encontrar el tan deseado “punto medio”. En parte por nuestra personalidad, educación e historia, algunos tendemos más a la firmeza y otros más a la amabilidad. El problema de quedarnos con una de las dos es que, en ambos casos, alguien sale perjudicado.
Veamos. En nuestra cultura actual está muy instalada la idea de que los límites nos cohortan, nos quitan libertad. En última instancia, que los límites son negativos, algo impuesto desde afuera para controlarnos. Esta postura responde, en términos filosóficos, a una visión inmanentista. Si nosotros como adultos, tal vez inconscientemente, entendemos los límites de esta forma, es probable que tendamos a no querer ser quienes “limitemos” a nuestros hijos y alumnos, y seamos, por lo tanto, más laxos.
Ahora bien: tampoco es necesario que pensemos de esta forma. También puede suceder que entendamos los límites como algo positivo, pero que por nuestra historia, por nuestra personalidad o por miedo a ser muy duros, tendamos a ser muy blandos. Tal vez porque asociamos la firmeza con la violencia, la agresividad o el enojo.
Desde una perspectiva realista, los límites son entendidos de una manera positiva, como aquello que preserva el lugar de cada cosa, permitiendo así tanto su preservación como su despliegue...
¿Es posible, entonces, marcar límites de manera positiva?
En este tema, puede iluminarnos una de las ideas claves de la filosofía realista -tal como explica el filósofo Juan Pablo Roldán-: la relación entre presencia y distancia. Por ejemplo, la relación de presencia y distancia entre Dios y el mundo (se relaciona con su creación -presencia- pero no se identifica con ella -distancia-) es condición de posibilidad para que las personas podamos conocer otras cosas (por ejemplo, podemos conocer una lapicera, que está de manera inmaterial en nuestra mente -presencia-, pero ella no deja de ser lapicera y nosotros no dejamos de ser nosotros -distancia-) y relacionarnos entre nosotros. Si hay presencia, hay vínculo, hay posibilidad de conocernos, de querernos. Si hay distancia, yo no pierdo mi identidad por relacionarme con el otro, y a su vez, el otro no deja de ser quien es.
Ahora bien, ¿cómo se relaciona todo esto con lo que venimos hablando? Podemos decir que para educar con firmeza y amabilidad es necesario vincularnos con nuestros hijos y alumnos con presencia y distancia. ¿Por qué? Porque la presencia implica que nos importa el vínculo, que queremos reconocer las emociones y perspectivas de los chicos. Que les damos el espacio para escucharlos y poder así entender la necesidad que se esconde detrás de su comportamiento, para poder así responder de manera asertiva. Y a su vez, esta presencia necesita ser acompañada de una sana distancia. Decimos sana porque a veces hablar de distancia pareciera que es sinónimo de frialdad. Volvemos a lo que decíamos al principio: en una visión realista, los límites son positivos, preservan el lugar de cada ser. Por lo tanto, en un vínculo sano, la distancia está basada en el respeto mutuo: respetamos los sentimientos y emociones de los chicos y respetamos a su vez nuestras necesidades y las de cada situación en concreto.
Presencia y distancia, entonces, nos ayudan a modelar un estilo educativo, el de la firmeza y la amabilidad, que es el que propone la Disciplina Positiva. Ese punto medio del que hablábamos al principio que tanto anhelamos.
Si solo tomamos en cuenta la presencia, caemos en la sobreprotección, en los hoy llamados “padres/profesores helicóptero”: los absorbemos, hacemos todo por ellos, somos demasiado blandos por miedo a perder la conexión, a se enojen, a que se alejen, y terminamos no dando lugar a su propio desarrollo, despliegue y despegue, al desarrollo de su autonomía e independencia, lo cual repercutirá, inevitablemente, en su autoestima (no sentirse capaz de realizar las cosas por sí solo si otro hace todo por mí).
Por otro lado, si solo tomamos la distancia, centrándonos únicamente en el cumplimiento de las normas, la excelencia académica y el alcance de los objetivos establecidos, perdemos la cercanía y la calidez. Perdemos la posibilidad de tener un vínculo más profundo y enriquecedor. Claramente tanto la relación entre padres e hijos como la relación entre docentes y alumnos es asimétrica: no somos sus amigos. Pero la asimetría en la relación no implica indiferencia. Si solo nos centramos en la firmeza, si no damos lugar a la escucha de los chicos, favorecemos un apego evitativo que impacta en su autoestima, pudiendo dar lugar a la aparición de conductas adictivas (de esto hablaba en la nota “La clave está en escucharlos”).
A través de los pilares de la firmeza y amabilidad, fundamentados en los conceptos filosóficos de presencia y distancia, la Disciplina Positiva nos muestra que es posible relacionarnos de manera sólida y afectuosa para lograr así un aprendizaje y comportamiento adecuados. Este estilo educativo, además, fomenta un apego seguro, ya que los chicos sentirán que tienen un puerto seguro al cual acudir: sus padres y docentes, quienes con cariño y firmeza les recuerdan que son valiosos por lo que son y no por lo que hacen, y que ante los errores es posible volver a empezar.
*M. Melania Suárez es Profesora y Licenciada en Filosofía por la Universidad Católica Argentina (UCA), lugar en el que también realizó estudios de posgrado sobre Logoterapia y Análisis existencial. Actualmente se desempeña como docente y tutora en nivel secundario, como docente en nivel terciario, es anfitriona del podcast Con corazón inquieto, y trabaja como coordinadora de cursos en Integralis.