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Odoo - Prueba 1 a tres columnas


El anhelo del corazón

noviembre 4, 2021


Vivimos en un mundo que nos entretiene y nos deja sin espacio para hacernos preguntas profundas. Diversas plataformas digitales montan su plan de negocios sobre nuestro tiempo y atención, mientras difunden ideas y valores que a veces se contradicen con los propios. 


En esta línea, es muy común encontrarnos atrapados maratoneando series donde la  sexualidad y los vínculos amorosos se presentan de un modo tal que instalan la noción, sobre todo en los jóvenes, de que es posible encontrar la felicidad desde esa superficialidad. 


En este contexto en el que el consumo cultural que hacemos nos encuentra más vulnerables, debido a la falta de tiempo para ejercer el pensamiento crítico, descubrir el tesoro que Juan Pablo II nos dejó en la Teología del cuerpo se vuelve liberador. Como abrir la ventana de un ambiente viciado y respirar el aire fresco de una mañana de primavera. Ella -la Teología del Cuerpo- nos propone la experiencia de volver a lo propio del ser humano, captando lo más profundo de su esencia: la vocación al amor. 


"La Teología del cuerpo es como abrir la ventana de un ambiente viciado para respirar el aire fresco de una mañana de primavera."


Esta propuesta aparece como una oportunidad para renovar la mirada que muchos tienen acerca de la Iglesia Católica y su moral sexual. Lejos de estar centrada en prohibiciones, se convierte en una invitación a aplicar el criterio del amor para tomar decisiones. Esto es, a través de la capacidad de poder diferenciar entre “amor” y “uso”. Amar implica la búsqueda del bien del otro, es la decisión de darse, de donarse en una entrega completa. En cambio, al hacer uso de la persona, esta se vuelve un objeto, un medio para alcanzar otro fin.


Juan Pablo II apela a la vocación del amor presente en todo ser humano y con ese criterio, reconoce de manera positiva los impulsos sexuales físicos como expresiones de amor. Ordena los deseos como insumos, es decir, los vuelve el medio para responder a la finalidad de amar, dejando claro que no se puede considerar la dimensión corporal separada de la dimensión espiritual, como tantas veces nos tentamos en creer, sino que ambos conforman integralmente a la persona.


Por esto, y contrariamente a la visión de sexualidad hedonista que está orientada hacia el placer (aún a costa del otro, de la cosificación del otro), el aporte que Juan Pablo II deja en concreto con la Teología del cuerpo es que las relaciones únicamente se vuelven significativas en la medida en que se logra la entrega al otro porque es sólo allí donde la dimensión sexual se vuelve un recurso valioso a través del cual el corazón manifiesta su anhelo de donarse por completo. Lo más interesante: lo podemos comprobar en pequeñas acciones cotidianas: cediendo el asiento en un colectivo o poniendo la mesa en casa sin que me lo pidan. Hacer cualquiera de estos actos conscientes de darse al otro con sentido, nos dará una pequeña muestra de que estamos hechos para un amor de entrega.