Renovar la pasión por la docencia
Recuperando ese fuego sagrado
Enero 22, 2025
Por Melania Suárez*

Faltan 10 minutos para que termine la jornada escolar. Todos están dispersos, inquietos, cuesta que presten atención. Ya fueron guardando sus cosas, dejaron de escuchar. Pareciera como si hubiesen activado el modo avión. Están pero no están. Suena el timbre. En cuestión de segundos, todos salen del aula, y el profesor queda solo. Cansado, sin voz, con la cabeza aturdida, el escritorio con sus pertenencias, con el corazón desanimado y la mirada triste. Esta semana ha postergado muchas cosas para preparar su clase, se ha quedado hasta muy tarde corrigiendo trimestrales; ha programado reuniones con los padres de los alumnos que tienen alguna dificultad; se ha tomado el tiempo de conversar uno a uno con sus estudiantes para darles la devolución de sus exámenes, transmitiendo tranquilidad, aclarando sus inquietudes, tratando de desentrañar las causas de las fallas a los que no les ha ido bien; ha alentado a estudiar a los que están desanimados.
Y sin embargo, siente que todo lo que ha hecho no es suficiente. Que se esfuerza mucho, que deja mucho de lado, y que a cambio recibe un alumnado en su mayoría desinteresado, disperso. Que prefieren estar mirando su celular y escuchando música antes que estar en su clase. Y se cuestiona ¿qué está haciendo de su vida? ¿Para qué se metió en esto? En un trabajo de oficina seguro estaría más tranquilo, con menos presiones y ganando más dinero. ¿En qué estaba pensando cuando eligió esta profesión?
Intentará desconectar el fin de semana. Pero no puede. Porque tiene que seguir corrigiendo y planificando…. y entonces se pregunta, ¿qué sentido tiene todo esto?
Seguramente más de uno de nosotros puede sentirse identificado con este relato. Quienes nos dedicamos a la docencia, atravesamos estas experiencias de crisis y cuestionamientos en distintos momentos de nuestra carrera. Hay épocas en las que sentimos que esto es para lo que nacimos, que estamos dando todo por aquellos a los que estamos educando, que vale la pena el esfuerzo, que es gratificante… pero otras muchas sentimos que estamos “remando en dulce de leche”, que es agotador, cansador, y peor aún, que a la larga lo que hacemos no tiene ningún sentido.
Generalmente en los momentos en que nos agarran las crisis, no tenemos el tiempo ni la disponibilidad interior para acogerlas: apremian las obligaciones escolares, el cumplir con la planificación y corrección. Solemos ponerlo entre paréntesis y seguir trabajando. Pensamos que atenderemos a esa demanda en las vacaciones, cuando estemos tranquilos y relajados. Pero cuando llegan las vacaciones, queremos desconectar, no queremos pensar en el trabajo. Y entonces quedan todos esos cuestionamientos por debajo de la alfombra, pensando que fueron algo pasajero… pero generalmente, vuelven a aflorar en algunos momentos del año.
¿Qué pasaría si nos tomáramos el tiempo para responder a esas preguntas? ¿Qué pasaría si habilitáramos los cuestionamientos sobre nuestra labor docente? ¿Qué pasaría si repensáramos nuestra vocación?
San Josemaría decía que “Lo que se necesita para conseguir la felicidad, no es una vida cómoda, sino un corazón enamorado”. ¿Y si hubiese otra manera de vivir nuestra vocación, con mucho realismo, sin negar las dificultades, pero recuperando ese corazón enamorado?
Sin caer en utopías y escenarios idealizados, podemos ser conscientes tanto de las muchas dificultades de este trabajo como de la grandeza de esta vocación. Ya en la antigüedad Platón escribía que “las cosas bellas son difíciles”. Y esto es porque aventurarse en la realidad educativa es arduo y bello a la vez. Requiere de mucha tenacidad, fortaleza y prudencia, así como también de empatía, conexión, escucha. En concordancia con esto, el psicólogo Paúl Schilder decía que “...en el fondo de nuestra personalidad sabemos que la verdadera belleza de la vida radica en su carácter profundamente serio e inexorable”.
Sabemos que en esta tarea no hay garantías. Uno siembra pero tal vez no vea la cosecha. No podemos controlar lo que pasará con aquello que sembremos. Muchas veces sentimos que lo que hacemos no tiene un impacto, o que solo “les llega” a pocos. Que nuestro esfuerzo y enseñanza impactan, tal vez, en uno entre muchos. Y eso puede llevar a preguntarnos si lo que hacemos tiene algún sentido, si vale la pena tanto trabajo y entrega. Nuevamente Platón en el Fedón pone en boca de Sócrates estas líneas que nos invitan a seguir reflexionando: “Vale la pena correr el riesgo para quien cree que es así, pues bello es el riesgo. Y habría que repetirse estas cosas para uno mismo como si fuera un encantamiento”.
Desde Integralis pensamos que correr este riesgo vale la pena, y mucho. Nos mueve la pasión por aprender, la pasión por enseñar, la pasión por la educación. Y esto no es otra cosa que la pasión por la persona humana, el centro del acto educativo. Para llegar al corazón del alumno, para despertar su pasión, para despertar ese fuego, necesitamos primero sentirlo. Esa llama que tristemente muchas veces se va atenuando por la tiranía del sistema educativo y las dificultades de la cotidianeidad, es posible reavivarla. Y no solo eso, sino hacer que brille aún más que antes, con la riqueza de la experiencia vivida.
Esto es lo que buscamos cuando diseñamos el espacio de Renovando mi vocación docente: que cada educador pueda regalarse ese momento para recuperar ese corazón enamorado.
¿Te animás a correr el riesgo?

*M. Melania Suárez es Profesora y Licenciada en Filosofía por la Universidad Católica Argentina (UCA), lugar en el que también realizó estudios de posgrado sobre Logoterapia y Análisis existencial. Actualmente se desempeña como docente y tutora en nivel secundario, como docente en nivel terciario, es anfitriona del podcast Con corazón inquieto, y trabaja como coordinadora de cursos en Integralis.