Blog

Odoo - Prueba 1 a tres columnas

El Humanismo Cristiano frente a la Abolición del Hombre 

mayo 23, 2022

 Por María Cecilia Scarafía, alumna del curso Humanismo Cristiano.

    Si hay una idea que ha calado profundo desde la edad Moderna hasta la actualidad, es la que sostiene que las grandes preguntas del Hombre ya han sido contestadas, que hemos llegado a un acuerdo, una especie de consenso que no merece ser revisado, por tanto, no sigue siendo necesario destinar tiempo a ellas. 


    No importa ya quién es el hombre, para qué está en la tierra, de dónde viene ni a dónde va, mientras sea un consumidor que pague sus impuestos religiosamente todos los meses. Sin embargo, cada ciertos años, algo sucede: llega una guerra, o el occidente somnoliento se entera de que en algunos países siguen habiendo genocidios. Nos despertamos del letargo y a veces nos preguntamos cómo esta humanidad “tan avanzada” ha llegado ahí. Y ahí nos damos cuenta de que quizás no tenemos tan claras las respuestas a las grandes preguntas; y justamente creo que no ocuparnos en preguntarnos por ellas, hace que algunos, los que toman las decisiones, tengan el camino libre para hacer con el Hombre lo que quieran. En este sentido, el ámbito donde todavía podemos hacernos estas preguntas es el de la educación.


    C.S. Lewis en el libro La abolición del hombre (1943) plantea que existe algo, la “ley Natural” o “Tao” como la nombra (un término chino que el autor utiliza para reforzar el hecho de que es universal), que nos pone límites a todos los seres humanos: a los que mandan y a los que obedecemos, a los que enseñan y los que aprenden. Y no podemos “salir” de ese “Tao” sin caer en la esclavitud de ser moldeados por los poderes económico, social, financiero o ideológico de turno; si no tenemos naturaleza, estamos a su merced. Afirma que «la última conquista del Hombre resultará ser la abolición del Hombre» (pág. 78). Es decir que la relativización sobre la ley natural, vista como progreso, lleva a nuestra destrucción. 


    Una Gran Respuesta a la Gran Pregunta de quién es el hombre, y en especial, qué implicancias tiene esa respuesta, la encuentro en la propuesta del Humanismo Cristiano. Y creo que hay que volver a ese punto, donde el cristianismo tuvo algo que decir, porque está claro que no estamos ya en tiempos cristianos. Hoy, se cree que el hombre es algo que puede “mejorarse” mediante tecnología. Es considerado un algoritmo, un código QR; un ente que puede nacer en un laboratorio y morir cuando lo desee. Los ideólogos, hoy aliados de las grandes tecnológicas, y los medios masivos de comunicación, van moldeando los nuevos humanos, que no sabemos qué tienen de humanos. Los robots sin ningún freno van entrando a la escena pública y como excepción, algún despierto comienza a preguntarse qué lugar nos deja a los humanos la competencia perdida de antemano con las computadoras. Hoy estamos viendo que, como sostiene Lewis, casi todos los hombres, algunos sabiendo y otros sin saberlo, contribuyen en el presente a la construcción de un mundo posthumano.


    En este sentido creo que el Humanismo Cristiano, sus preguntas y respuestas, su camino y sus búsquedas son y pueden ser presentadas como una sabiduría casi pasada de moda, justamente porque busca ser Verdadera y Eterna y no depende del devenir de los tiempos, de las tecnologías, la robótica o lo que sea. 


    Creo que la educación es el lugar donde debemos desempolvar las viejas preguntas que han respondido o comenzado a responder los Grandes acerca del ser humano. En los últimos años, al haber confundido los fines con los medios, la tecnología se ha vuelto un fin en sí mismo; ser expertos en ella sin saber nada de historia o letras parece ser hoy la clave para una vida “exitosa”, y veo con gran preocupación que esta idea ha penetrado en los sistemas educativos y en el alma de muchos que ejercen la noble tarea de educar.


    Como expresé con anterioridad, quizás preguntarnos hoy sobre la ética, o sobre si el hombre es social o no, o sobre el bien y el mal como lo hace el Humanismo Cristiano parece una pérdida de tiempo. Sin embargo, como decía Platón, una vida que no es examinada no merece ser vivida. Recuperar la humanidad implica hacernos esas preguntas, y saber que si las tomamos en serio sí van a tener consecuencias prácticas en nuestras vidas. 


    Es probable que algunas respuestas las encontremos en libros viejos. En algún devocionario antiguo, en la oración de alguna viejita de pueblo. Rescatemos, como educadores, la idea de que las grandes preguntas y respuestas son las que inspiran a vidas que merecen ser vividas. Recuperemos la épica, las proezas, las hazañas. Enseñemos que hubo hombres que dieron la vida por estas preguntas que hoy, simplemente, no nos parecen interesantes. Hagamos nuevas cruzadas, contemos historias viejas. Hagamos que nuestros alumnos se sientan en el ágora griego, donde se debatían los temas más importantes de la vida en la polis. Si no lo hacemos, los estamos condenando a la vida que quieren para nosotros los banqueros e ideólogos: hombres máquinas, autómatas sin ningún rasgo humano. Justamente, los que no participaban del ágora eran los esclavos.


    Descubriremos así, como escuché a alguien decir, que hemos heredado catedrales y vivimos en chozas. Nos preceden viejos heroísmos y grandes ideas que simplemente desconocemos. El mundo no empezó con la programación, y esta está lejos de responder a los grandes interrogantes de la humanidad, que volvieron Hombre al hombre. Frente a la arquitectura moderna, sin alma, fijemos la vista y el corazón en las Catedrales: tienen detalles incontables, recovecos por descubrir, misterios por develar. Podemos observarlas bajo una nueva luz; nos llaman a contemplar, a tenerles un respeto monástico, cuentan historias. Así pueden ser nuestras búsquedas. Enseñemos hasta el cansancio a nuestros alumnos que una vida será plena si la llenamos de preguntas valiosas y buscamos grandes respuestas


    Y dentro de las catedrales de las grandes preguntas, nos encontraremos siempre en el fondo, luego de un camino a veces silencioso, con la luz de nuestro Gran Maestro: Jesucristo, que atravesó la historia de la humanidad con preguntas que el hombre lleva siglos buscando responder. Y recordemos, más en estos tiempos, que en los últimos momentos de su vida le preguntó a Poncio Pilatos “Quid est veritas?”(“¿Qué es la verdad?”) Es una buena pregunta para comenzar. El hombre lleva entretenido con ella veinte siglos.