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Odoo - Prueba 1 a tres columnas

La educación del carácter

octubre 5, 2022

 

En el marco del nuevo curso que está desarrollando Integralis, Educación del carácter: formación de virtudes en la escuela, le hicimos una entrevista a Ignacio López, Dr. en Filosofía por la Universidad Católica Argentina, Master of Arts por la University of Chester y Profesor de diversas asignaturas humanísticas desde hace más de 10 años.


Empecemos por el principio… ¿Qué es el CARÁCTER? ¿En qué se relaciona con las VIRTUDES?


Evidentemente carácter y virtud son conceptos íntimamente relacionados. En efecto, mientras que el carácter representa los rasgos de nuestra forma de ser que han sido adquiridos a través del aprendizaje, las virtudes suelen entenderse como hábitos operativos buenos, adquiridos a través de la repetición de actos. Por lo tanto, esto significa que el modo más adecuado de desarrollar el carácter, es decir, aquel que resulta más perfectivo de la persona humana, es a través de la adquisición de virtudes, pues son los buenos hábitos los que nos conducen al pleno desarrollo de nuestro ser interpretando y desplegando al máximo los rasgos constitutivos de nuestra personalidad.


Carácter y temperamento, ¿son lo mismo? 


Pareciera que sí, pero no: el carácter puede entenderse como el conjunto de características de una persona adquiridas a través de la costumbre, la repetición de actos y el aprendizaje. Por este motivo, diría que el carácter representa el aspecto más dinámico y moldeable de la personalidad, en contraposición al temperamento, el cual hace referencia a una determinada tendencia constitutiva de la persona, a un modo de ser inmodificable. El carácter, por tanto, es el modo en que cada uno refleja y despliega su temperamento.


¿O sea que todos nacemos con un determinado temperamento que no podemos modificar?


Exacto, aunque esto no implica que nuestro comportamiento está absolutamente determinado por el temperamento. En efecto, el temperamento representa nuestras actitudes, reacción, percepciones y tendencias primarias, espontáneas, naturales, a partir de las cuales luego debemos discernir cómo obrar. Es precisamente aquí donde entran en escena las virtudes, las cuales nos permiten valernos de lo positivo y encauzar o mitigar lo negativo de nuestro temperamento. Como decían los medievales, el problema no es sentir (temperamento) sino consentir (decisión libre).


¿Podrías darnos un ejemplo?


Pongamos, por ejemplo, el caso de una persona con temperamento colérico. Dicha persona tendrá una enérgica predisposición natural a la acción, el emprendedurismo y la superación de obstáculos. Al colérico le atraen los grandes desafíos, pues tiene una enorme confianza en sí mismo. Le gusta el poder, el protagonismo y la competencia. Como contracara, el colérico tiene una fuerte tendencia al orgullo y a la ira, motivo por el cual le cuesta mucho reconocer errores y tolerar la frustración. Además, su entusiasta predisposición a la acción puede conducirlo a obrar de forma impulsiva e irracional.


De acuerdo con esto, la persona con temperamento colérico tenderá naturalmente a desarrollar grandes virtudes como la fortaleza (capacidad de perseverar en el bien) y la magnanimidad (el anhelo de grandes bienes y propósitos), pero le resultará particularmente difícil trabajar la humildad (reconocimiento de los propios límites), la empatía y la templanza (dominio de las pasiones). Por este motivo, un colérico puede sentirse más seguro frente a grandes decisiones, como por ejemplo, la elección de una carrera universitaria o lanzarse a la vida matrimonial, pero le costará más enfrentarse con los límites propios y ajenos, como puede ser una frustración profesional, las resolución de conflictos interpersonales o la educación de los hijos.


¿Por qué promover una formación en virtudes desde la escuela? ¿Qué es lo que tiene para aportar una institución educativa en este campo?


La formación del carácter es algo que lleva toda la vida, ya que constantemente estamos removiendo vicios y fortaleciendo buenos hábitos. No obstante, es evidente que la etapa escolar es crucial para la formación en virtudes, pues es el momento en que el ser humano está en pleno desarrollo de su persona. Siempre es posible cambiar, pero si las bases están bien asentadas, es mucho más probable que la persona pueda perseverar en el bien y la verdad.


Por otro lado, la escuela también representa una gran oportunidad para la formación en virtudes por la cantidad de tiempo que los alumnos pasan en ella. En efecto, la adquisición de virtudes depende de la repetición de actos, lo cual inevitablemente requiere tiempo. Un buen ejemplo escolar son los hábitos de estudio, los cuales suelen ser asimilados por la mayoría de los estudiantes hacia el final de su escolaridad, luego de varios años de trabajo orientado al cultivo de la perseverancia, la organización y la laboriosidad. Por lo tanto, si las escuelas logran brindar excelencia académica, la cual es indispensable para conocer el bien y la verdad, ámbitos de convivencia propicios para la detección y puesta en práctica de virtudes y, sobre todo, docentes y adultos responsables que representen modelos claros de una vida virtuosa, entonces estamos frente a una ocasión difícilmente superable para un fructífero desarrollo del carácter en nuestros alumnos.


¿De qué hablamos cuando hablamos de vida virtuosa? ¿Cómo se vincula con la búsqueda del bien y de la verdad?


Una vida virtuosa es aquella que está gobernada por buenos hábitos. Ejemplos de buenos hábitos pueden ser la sinceridad, la valentía, la generosidad, la justicia, la prudencia y la castidad, y todas aquellas costumbres que le permiten a la persona obrar correctamente, mantenerse en el bien y perseverar en la búsqueda de su mejor versión día a día, sobre todo en las pequeñas decisiones de su vida cotidiana. A esto hacemos referencia cuando hablamos de búsqueda del bien y de la verdad, es decir, al desafío de reconocer quién soy, cuál es el propósito de mi vida, de dónde vengo y a dónde voy, para luego desarrollar los buenos hábitos necesarios para ser fieles a esa vocación existencial y perseverar en su óptimo despliegue. Precisamente en esto consiste una vida auténtica y plena, “la única digna de ser vivida”, como diría Sócrates. Pero para ello es necesario ejercitarse cotidianamente en la creación y el fortalecimiento de las virtudes, pues lejos de estar determinado a la vida virtuosa y al recto obrar, el ser humano puede fácilmente desviarse del buen camino y terminar teniendo una vida vana, superficial y carente de sentido. En última instancia, como bien decía Aristóteles, la excelencia no consiste en un acto sino en un hábito.


¿Quién asume este desafío en la escuela? ¿Cómo se lleva a cabo realmente? 


No es un trabajo de una sola persona o de un área en particular dentro de las instituciones educativas. Ejercitarse en la virtud es un estilo de vida, una forma de entenderse a uno mismo, a los demás y al mundo. No puede transmitirse exclusivamente en un espacio curricular. Tampoco se puede reducir a una mera transmisión de contenidos. La formación en virtudes es algo que depende de la institución como un todo. Se tiene que respirar en el aire. Pueden ofrecerse talleres, convivencias, espacios de reflexión y asignaturas que se dediquen más directamente a esta cuestión, pero la principal fuente de aprendizaje para los alumnos siempre será la vida escolar: cómo los tratan los adultos y cómo los adultos se tratan entre sí, qué valores se predican y, sobre todo, cuáles de ellos realmente encarnan los adultos responsables de su educación, qué posibilidades reales tienen en su día a día de poner en práctica virtudes, como se les propone resolver los desafíos y conflictos del día a día. Por este motivo, la falta de claridad en la identidad y la desarticulación institucional dentro de una escuela representan grandes amenazas para la formación en virtudes.


¿Hay una edad específica para abordar ciertas virtudes? 


Ciertamente existe una relación entre la psicología del desarrollo y el desarrollo del carácter. Del mismo modo en que el habla entre los cero y dos años se desarrolla correctamente porque el aparato fonológico está listo para incorporarla, ciertas virtudes y buenos hábitos son más fáciles de adquirir en determinadas edades porque es allí cuando la persona está preparada para hacerlo tanto a nivel psíquico como nervioso y fisiológico.


Por poner un ejemplo: la edad del kinder (3 años), además de ser la etapa de inicio de la voluntad -en la que será importante enseñar la tolerancia a la frustración-, se caracteriza por la clasificación y la discriminación (pensemos en cómo actúan los niños con sus juguetes), por lo que será el momento idóneo para trabajar la virtud del orden.


Esto no significa, por supuesto, que si no desarrollamos la virtud del orden a nuestros tres años, no podremos hacerlo jamás. Las virtudes siempre están interconectadas; es decir, se implican y se complementan unas con otras durante toda la vida. El desarrollo de virtudes es, precisamente, un camino de toda la vida, en el que nos vamos perfeccionando en distintos aspectos.



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