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El buen profesor
julio 1, 2022
Ser educadores es un camino precioso y gratificante pero no prescinde, por ello, de grandes desafíos y obstáculos. En este artículo queremos girar en torno a las siguientes preguntas: ¿Qué hace que un profesor sea un buen profesor? ¿Qué necesita el docente para enriquecer su camino profesional? ¿Por qué la formación continua cumple un papel fundamental en su trayectoria laboral?
Empecemos por decir que la competencia docente no es simplemente un punto de partida, sino, más bien, una condición para comenzar. No podemos dar clases si no contamos con las aptitudes personales y profesionales adecuadas. En este sentido, el profesor competente es aquel que ejerce un liderazgo en el aula capaz de motivar el aprendizaje en sus alumnos.
Ahora bien, ¿cómo se llega a ser ese profesor líder? ¿Qué cualidades lo definen como buen profesor?
Formación profesional
En primer lugar nos encontramos con la formación profesional, que refiere a lo que enseñamos en las aulas. Necesitamos tener conocimientos suficientes sobre las materias que enseñamos. Muchas veces podemos caer en la trampa de pensar que, como nuestros alumnos son pequeños, no es necesario estar profundamente formados. Nada más alejado de la realidad: para poder adecuar los contenidos según la edad y realidad de nuestros alumnos, es sumamente importante haberse capacitado y conocer a profundidad el contenido. Lo que no se conoce, se transmite mal.
Hoy en día hay muchos medios para llevar a cabo una formación continua. Elegir no quedarnos simplemente con la formación de origen habla de nuestras riquezas como profesor. El buen educador busca constantemente enriquecer y actualizar su profesión mediante cursos, capacitaciones, congresos, planes de lectura y, sobre todo, lectura y estudio exigente.
Formación pedagógica
En segundo lugar tenemos la formación pedagógica, que refiere a cómo enseñamos lo que enseñamos en las aulas. Un buen profesor es aquel que evita la dinámica de clase “yo hablo, tú escuchas” o “yo enseño, tú aprendes” y busca que los alumnos sean verdaderos protagonistas de su aprendizaje.
Vivimos en una época de acelerada e impresionante renovación pedagógica. . Esos cambios que trae la innovación se reflejan -o deberían reflejarse- en la educación. El desafío como docentes es hacer propia esta innovación y traerla a nuestra materia. Y en este sentido, debemos recordar que innovar pedagógicamente no es un fin en sí mismo. El fin es educar a los alumnos; innovar es el medio para que los alumnos estén motivados y puedan aprender.
Tener la inquietud de conocer los principios y criterios metodológicos que favorecen el verdadero aprendizaje es lo que debe movernos. Pero… ¡atención! La innovación pedagógica no implica necesariamente hacer uso de dispositivos tecnológicos. Es más, podemos afirmar que la innovación por innovación no tiene sentido alguno.
Se trata, en realidad, de estar abiertos a todas las herramientas y posibilidades que van surgiendo para poder analizar, con ojo crítico, cuáles de ellas pueden ser útiles en nuestras clases. En este sentido, entusiasmarnos con una única metodología puede resultar peligroso. Un buen profesor es aquel que apuesta por conocer todas las herramientas y las aplica según la situación concreta de sus alumnos y el contenido que está enseñando. Además, si tenemos que atender a la diversidad de modos de aprender de nuestros alumnos, será mucho mejor si ofrecemos diversos modos de enseñar.
Formación a partir de otras experiencias
Además de la formación continua a través de cursos y capacitaciones, hay otro elemento sumamente importante que enriquece nuestra formación profesional y pedagógica: aprender de otros profesores. Ser capaces de conocer las experiencias de nuestros colegas, animarnos a preguntarles y confiarles nuestras dudas nos permitirá crecer a pasos agigantados… “¿Cómo lograste esto?”, “¿Qué metodología utilizaste?”, “¿Qué me recomendás para abordar esta temática?”
Empatía y liderazgo
No basta con saber mucho sobre contenidos y pedagogía. Es necesario que el docente ejerza un auténtico liderazgo con sus alumnos. El éxito de la clase no dependerá tanto del método utilizado, sino del liderazgo que seamos capaces de ejercer para con nuestros estudiantes.
El secreto está, quizás, en ser una persona empática. Esto implica ser capaces de conectar personalmente con nuestros alumnos. Solo desde allí podremos transmitir la materia de manera significativa.
Para ser líderes y empáticos, debemos trabajar en las virtudes humanas. Saber hacernos a un lado del “yo soy así, no voy a cambiar” y esforzarnos por ser educadores amables, comprensivos y, sobre todo, humanos. Ahora bien… ¿Cuáles son las cualidades que hacen del profesor, un gran educador?
1) Ser personas abiertas:
Se trata de tener la capacidad no solo de escuchar a las alumnos -interesarnos por lo que piensan, dicen, sueñan- sino de comprenderlos. No juzgarlos desde una posición de superioridad. Valorar sus virtudes y querer potenciarlas. Hacer que se sientan cómodos con nosotros, que confíen. De esta manera, sin dudas, lo que les enseñemos llegará mucho más a fondo a su cabeza y a su corazón.
El educador abierto es, también, aquel que puede reconocer los errores y pedir perdón. Sin dudas, esto es ejemplar para los alumnos y enseña mucho más que cualquier otra cosa.
2) Ser personas serenas:
Ser profesores que no no se dejan dominar por las emociones, sino que saben gestionarlas. Educadores que, ante el advenimiento de problemas, no desesperan y los abordan con autonomía y tranquilidad. Profesores capaces de transmitir paz y serenidad. Y en este sentido, quizás muchos dirán “esto es bastante difícil para mí, suelo ser muy impulsivo”. ¡Y es normal! Nadie dijo que sería fácil. Tenemos que trabajar por ello, esforzarnos.
3) Ser personas ordenadas:
Ser educadores que le prestan atención a los detalles. El trato, la presencia, el cuidado material del aula y de las instalaciones… todos ellas son oportunidades para mostrar la excelencia del profesor a través del testimonio.
4) Buen humor y alegría:
Sin dudas, un profesor alegre es un atractivo enorme para los alumnos. Por supuesto que no debe darse de manera forzada. Como dice Luis Fabregat, profesor de Integralis, la mejor manera para caer mal es querer caer bien. Se trata, más bien, de ser nosotros mismos.
5) Ser exigentes:
Ser educadores abiertos, serenos y que comprenden… pero exigentes. Los alumnos, en especial los que son adolescentes, necesitan referencias claras; necesitan conocer las normas y el terreno de juego. Debemos saber ser exigentes con nosotros mismos para luego poder ser exigentes con los demás, en especial para que los alumnos desarrollen su mejor versión.
La cultura del profesor
En nuestra sociedad suele hablarse mucho de las personas “cultas”. No es casualidad que la raíz de esta palabra provenga de cultivo. El educador debe ser una persona cultivada. Y atención: esto no debe comprenderse solo en términos de erudición y de “saber muchas cosas”. La persona culta, cultivada, es aquella que, además de estar instruida, trabaja en sus virtudes humanas y se esfuerza por lograr ser la mejor versión de uno mismo.
Para ser profesores con cultura, debemos esforzarnos por ser personas que leen, capaces de ejercer una lectura atenta y reflexiva; ser personas con sentido crítico, que no teman cuestionarse; saber hablar e interesarnos por las diversas realidades que nos rodean… Huir, en fin, de la superficialidad que implica la falta de cultura.
A modo de conclusión…
El buen educador es aquel que busca actualizar su formación docente de manera continua. Es esa persona que, además de apostar a su formación profesional, busca la calidad pedagógica, trayendo innovación al aula. Es ese docente que trabaja por cultivar virtudes, que se esfuerza por ser empático, sereno, alegre y exigente con sus alumnos. El buen profesor es aquel que mira todo con ojos curiosos y reflexivos, buscando siempre entender qué cosas lo ayudan a cumplir los propósitos y qué cosas no tanto.
El buen profesor es, en fin, aquel que busca dejar un legado en sus estudiantes y prepararlos para el más allá de la escuela.
**Inspirado en las clases de Luis Fabregat, profesor de nuestro curso Religión en la escuela.