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Odoo - Prueba 1 a tres columnas

No hay crisis adolescente sin crisis adulta

septiembre 9, 2019

Por Micaela Urdinez


Arturo Clariá reflexiona sobre los obstáculos que existen en los vínculos entre padres y adolescentes; por su consultorio desfilan chicos de diferentes edades que hablan de sus miedos y de su necesidad de ser escuchados.


Se define como un buscador de esencias. Y disfruta transitar esa tarea. Todos los días recibe en su consultorio a chicos y adolescentes que se exponen a mostrarse, al menos por un rato, tal cual son. Ahí dejan de simular. Ahí hablan del miedo a no ser aceptados, a no ser escuchados, a no sentirse queridos. Ahí ponen el corazón en juego. Porque para Arturo Clariá «el tabú actual es comunicar afectos. Existen muy pocos espacios de comunicación en las familias de hoy. Y a comunicar se aprende en casa. Pero los adultos no sé si aprendimos a comunicarnos. Aún hoy comunicamos superficialidades y no profundizamos en los sentimientos. A muchos padres nunca les enseñaron a expresar sentimientos cuando eran chicos. ¿Cómo se lo enseñan entonces a sus hijos?», se pregunta el psicólogo, coordinador general de Valores Vivos, una organización que brinda capacitación y contenidos en valores humanos. Lejos del lugar común que ubica la adolescencia como una etapa perdida, Clariá intenta una definición alejada del período en que se adolece o se siente dolor. No. Clariá cree que todas las etapas de la vida tendrán alguna dosis de sufrimiento, dolor y desilusión. Y que, como decían los romanos, él prefiere ver al adolescente en positivo, como aquel que porta el fuego de la vida nueva. «Porque ver a los chicos nos lleva inevitablemente a vernos a nosotros mismos. Y los adultos parecería que a veces nos estamos extinguiendo, que no tenemos fuego. Hay otra definición que dice que la adolescencia viene de adultizarse, de llegar a ser adultos. Pero ahí los chicos dicen cosas como yo no quiero crecer para ser como mi papá, mejor me quedo acá. Porque nosotros creemos que los adolescentes no miran más allá de ellos mismos ni les interesa nada, pero perciben toda la realidad. Y, en muchas ocasiones, no les gusta el mundo adulto que ven», dice Clariá, de 37 años y con 3 hijos.


¿Por qué le tenemos tanto miedo al sufrimiento?

La crisis suele verse como mala palabra porque está asociada al sufrimiento. Y nadie quiere sufrir. Todo padre quiere evitarle cualquier sufrimiento a su hijo. Pero es imposible que una persona no tenga fracasos, heridas, sufrimiento. Y aunque no las deseamos, el tema es cómo vamos a afrontar esas situaciones cuando lleguen. Y los adolescentes ven que nosotros, los adultos, estamos haciendo agua con nuestras propias crisis. Después nos preguntamos por qué los chicos no quieren crecer. No hay crisisadolescente sin crisis adulta.

¿Cuáles son los principales riesgos a los que están expuestos los adolescentes en la sociedad de hoy?

Hoy estamos viviendo en una sociedad líquida, que no podemos asir ni aprehender. Esta sociedad ataca directamente a los chicos y busca llenar el vacío propio de la adolescencia con productos y sustancias, entre ellas, el alcohol. El 90% de los chicos sabe cómo conseguir alcohol y más de la mitad de los chicos ya abusó alguna vez del alcohol. La sociedad líquida les dice: ¿querés divertirte? Tomá. Les ofrece satisfacción garantizada. Es la sociedad del velocímetro. Les dice: No pienses mucho, que yo pienso por vos. No mastiques ni proceses nada. Yo te doy placer acá y ahora.

¿Cómo pueden los chicos defenderse de esos mensajes?

El camino fácil está buenísimo porque es fácil. ¿Y quién no quiere lo fácil? Es tan tentador. Pero yo creo en la sociedad sólida, con valores, y creo en jóvenes que eligen el camino difícil, que se levantan con ganas de cambiar el mundo y que no pasan por la calle y ven a una persona pidiendo ayuda y les resulta un mero obstáculo a sortear. Creo en esos chicos que no se acostumbraron a ver a otros sufrir. Yo no puedo concebir mi felicidad sin la felicidad del otro. Eso no es sólo una frase. Hay que llevarlo a la práctica. Yo soy egoísta, en el sentido budista. Ellos hablan del egoísmo inteligente. Y dicen que la mejor manera de alcanzar tu máxima felicidad es hacer felices a los demás.

 ¿Qué pasa con los chicos que se criaron en familias disfuncionales? ¿Cómo los salvamos? ¿Cómo trabajamos con esos padres para agarrarlos a tiempo?

Obviamente cómo fueron la infancia y la adolescencia de una persona son claves que influyen para cómo será de adulto. Sin embargo, creo que la historia personal te condiciona, pero no te determina. Pero también creo que siempre los chicos y los padres tenemos oportunidades de cambiar. Si podemos charlar, hacer terapia, trabajar y profundizar con los padres, buenísimo. Creo que nunca es tarde para intentar recuperar y dar afecto. Los padres somos la influencia número uno en los chicos, les generamos una concepción valiosa o no de sí mismos, y eso puede devenir en más o menos autoestima en los chicos. Nosotros dictamos muchos talleres en los colegios con los chicos, pero son fundamentales los talleres con los padres.

 ¿Cómo llegan los chicos a la terapia?

La mayoría viene empujado por sus padres. Muchas veces los padres depositan a los chicos en el consultorio. Y me piden que se los arregle rápido. Y desaparecen. Nunca el problema de un chico es sólo suyo. Algunos padres pueden hacerse cargo de que ellos son parte del problema y de la solución. Otros no. Por eso para mí no existe la psicología infantil o adolescente en sí misma sin involucrar a los seres que han generado a este infante o adolescente. Es muy importante que los padres puedan abrirse a compartir un problema con un hijo con un profesional, se requiere mucha humildad para eso, pero es necesario su compromiso. Querer revisar qué es lo que, como papás, están haciendo bien y qué están haciendo mal.

 ¿Cuáles son las principales preocupaciones que los chicos plantean en el consultorio?

Angustia por las peleas de los papás, fantasías de que se van a separar por culpa suya, depresión, timidez. Sufren no poder integrarse con amigos, la falta de reconocimiento afectivo o que les vaya mal en el colegio. Los chicos sienten una necesidad de unidad familiar casi natural. Para un chico no es lo mismo si su papá lo va a ver al partido de fútbol o no, o si su mamá la acompaña a la clase de danza. No es lo mismo si le dice: «No importa, ya te va a salir bien» o en cambio: «¿Ves que sos un desastre?, ¡tres goles te comiste!» Hay mucha violencia subliminal, indirecta, que se ejerce con la palabra y tenemos que cuidarnos de eso. Por suerte los chicos suelen encontrar otros apoyos en referentes que les están encima y ejercen su salvataje. Como un entrenador que todo el tiempo está corrigiendo a su entrenado. Yo suelo decirle a los chicos que cuanto más hincha es el padre o el adulto a cargo, más está demostrando que le importa. Lo que le hace mal a un chico es la indiferencia o la resignación adulta en el trato.

¿Cuánta presión tiene en los chicos la necesidad de pertenecer a un grupo, el seguir a la corriente?

Un paciente me decía el otro día que estaba tanto tiempo simulando que ya no sabía quién era de verdad. Muchos chicos confiesan que terminan haciendo programas o cosas que no quieren, como ir a bailar, tomar cerveza o fumar para pertenecer y no quedarse afuera. Al final, los chicos siguen a la masa. Y pierden su originalidad. ¿Qué quiere un adolescente? Ser atractivo y valioso para los demás. Entonces, ¿por qué ser un número más? Es al revés. Cada uno es único y especial. Por lo tanto, si uno vive su originalidad, le está dando al mundo algo que nunca nadie le dio ni le dará. Y sabrá decir que no cuando lo necesite y vivir los valores en sus elecciones, aun a costa de tener que optar más de una vez por el camino difícil. Hay que ser muy valiente para pararse con personalidad ante los pares. De ese modo se construye el camino a la realización y a la felicidad.

¿Qué les dirías a los padres que todavía no son del todo conscientes de la influencia que tienen en la vida de sus hijos?

Que algo en el sistema no funciona para que la mayor cantidad de energía, fuerza, dedicación, empeño y entusiasmo de nuestra jornada de adultos la dediquemos a otros y no a nuestros hijos. A ellos los vemos en la última parte del día, cuando ya estamos cansados y con menos paciencia. Entonces ahí el desafío es ser creativo con ellos, regalarles tiempo cualitativo y afectivo. Tenemos que empezar a decidir como padres qué tipo de personas queremos ser. Quiero ser una persona que vive con la llama encendida o que se está extinguiendo. Lo más importante es que mis hijos vean mi entusiasmo, mis sueños. Porque o tengo sueños o tengo sueño. ¿Cómo le digo a mi hijo que tengan sueños si yo no los tengo, o ideales si yo no sé en dónde quedaron los míos? Y los chicos ven padres dormidos, anestesiados, que no sienten nada. Los chicos pueden ver adultos que están deseando que se termine el día. O bien pueden ver espejos donde tener ganas de sentirse reflejados. Yo les diría a los padres que no se pierdan la magia de disfrutar del vínculo con sus hijos.

¿Hay que ser padre y amigo o sólo padre?

Primero padre. No creo en el padre que antes que nada es amigo. La relación es asimétrica. Yo no soy el amigo de mi hijo, soy el papá de mi hijo. Después con el tiempo y como consecuencia podemos tener un vínculo lindo de amistad. Por eso nosotros somos los adultos de la casa. Por eso cuando mi hija me cuenta algo le puedo decir: «Gracias por contarme. Te entiendo porque yo también fui adolescente. Pero como soy tu papá te voy a explicar por qué no te voy a dejar hacer ese programa o por qué sí te voy a dejar».

¿Qué mensaje de esperanza le darías a los padres?

Yo creo que estamos ante una gran oportunidad. Nosotros somos un eslabón fundamental en la construcción del propio camino de felicidad de nuestros hijos. Si sabemos descartar nuestras propias expectativas e ilusiones, si no las depositamos en ellos y los dejamos ser ellos mismos. Si colaboramos en la construcción personal de su felicidad. Si les damos valores y herramientas para hacer de este mundo un lugar mejor. Yo creo en los vínculos sanos, en padres protagonistas, en las familias, en jóvenes comprometidos. En que ellos entiendan mejor que nadie que su felicidad se construye con el otro y depende del otro.


 Publicado originalmente en La Nación el 5 Septiembre de 2015