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Salud sexual y reproductiva, una visión integral
marzo 6, 2020
Desde su surgimiento, se ha considerado a la educación sexual como una clave para la protección de la salud sexual y reproductiva. Efectivamente, los embarazos no buscados y el contagio de infecciones de transmisión sexual (según las estadísticas de la Organización Mundial de la Salud en 2019, cada día más de un millón de personas contraen una infección de transmisión sexual) dejan a los adolescentes en situaciones de mucha vulnerabilidad, con lo que resulta indispensable poder brindar herramientas para su prevención.
Por otro lado, las estadísticas también indican un alto grado de violencia -física, psicológica o sexual- en las relaciones entre adolescentes, un alto porcentaje de bullying en las instituciones, una necesidad cada vez más palpable de que las relaciones afectivas logren hacernos bien, en lugar de lastimarnos.
Estos problemas muestran la insuficiencia de una educación sexual centrada solamente en la salud sexual y reproductiva y llevan a considerar las múltiples dimensiones que repercuten en el bienestar y la felicidad. La evolución y ampliación del concepto de salud es una referencia para movilizar la reflexión educativa: ¿cómo llevar a las aulas en el día a día una educación sexual orientada a promover la salud de manera integral?
La OMS menciona, entre los factores de protección de la salud mental basados en la evidencia: la adaptabilidad, autoestima, autonomía, apoyo social de la familia y los amigos, capacidad para afrontar la adversidad, habilidades de resolución de problemas, sentimientos de seguridad, crecimiento socio-emocional, conducta prosocial, entre otros. Se ve así claro cómo la salud psico-emocional puede promoverse a través de la ESI.
La ESI promueve, asimismo, salud espiritual, ya que impulsa a un proyecto de vida integral, reflexivo, orientado a buscar la felicidad y capaz de dar un sentido más profundo a la vida. Permite conocer ese núcleo personal e íntimo que cada uno y cada una llevan dentro, en el que todos podemos descubrir que somos potencialmente mejores de lo que ya somos y está en nuestras manos dar al mundo nuestra mejor versión.
Promueve salud vincular, que permite relacionarse con los demás de manera saludable, lejos del maltrato, la violencia, los celos, los engaños, y basada en la confianza, la reciprocidad y la profundización de vínculos significativos de largo plazo, donde cabe una reflexión acerca de los valores inherentes a un proyecto matrimonial y familiar. Una educación sexual integral aporta perspectiva relacional, que permite entender y asumir el desarrollo de la persona, no de forma aislada, sino en la integración a un entramado de relaciones, caracterizadas por la igualdad, la solidaridad y la valoración recíproca. El horizonte del sentido relacional se consolida al asumir la responsabilidad y el compromiso ante el otro y por el otro.
Finalmente, aporta, también, salud social, en la medida en que nos permite reconocer las formas e instituciones sociales que sostienen la convivencia comunitaria y el desarrollo humano, y reflexionar y repensar estereotipos, mandatos y normas que lo dificultan o vulneran. La convivencia desde la autoestima, la valoración del contexto social y familiar, el respeto a la diversidad, la atención prioritaria a la vulnerabilidad, la identificación del propio proyecto de vida y el desarrollo del pensamiento crítico, y el disenso amistoso, son la base de la salud social.
Dimensionar el impacto de esta educación es, sin dudas, un paso hacia una actitud de apertura, ilusión y compromiso para que la salud integral pueda ser, para cada niño, niña y adolescente de nuestra región, una realidad que haga efectivo su derecho a vivir mejor y a tener una vida plena y llena de sentido.